Elysium
por Julio César Durán
En la Grecia antigua había una manera básica de
distinguir la virtud del vicio, discriminar el bien del mal. Lo bello, era
necesariamente bueno, virtuoso; caricaturizándolo un poco, lo feo, lo sucio,
era automáticamente vicioso, era el mal. La virtud así entendida, al igual que
un buen linaje o la simple simpatía de los olímpicos, daba un pase directo a
los Campos Elíseos, el idilio donde las almas inmortales de estos elegidos
disfrutaban una dicha eterna.
En su segundo largometraje, el joven realizador
sudafricano, Neill Blomkamp, retoma la idea del Elysion –aquél
lugar o persona “tocada por el relámpago”, es decir, dotada de cierta gracia o
preferencia divina– para casi profetizar un futuro cercano en el que la
humanidad se ha dividido en dos únicas clases, donde la mayoría está a merced
de las carencias mientras mantienen a los menos, los afortunados, en su burbuja
metálica en plena órbita terrestre, el Elysium que pone
título a la película.
El fondo
Para ponernos a todos en el mismo canal, conviene
hacer referencia al argumento, que sin necesidad de spoilers, podemos revelar.
Max (Matt Damon), el protagonista, es un habitante de la derruida “favela” de
Los Angeles en el año 2154. En esta época, las sociedades terrestres son ya
insostenibles, por falta de recursos y sobrepoblación.
Se ha creado una paradisíaca ciudad espacial donde
viven y disfrutan casi eternamente los privilegiados de clase alta: la Elysium,
que mucho nos recuerda a la estación espacial internacional kubrickiana. En la
Tierra permanecen los jodidos, los pobres, los marginados que intentarán migrar
sin “papeles” fuera de la atmósfera para acceder a una mejor vida. Max, en un
punto de la trama, se verá obligado a poner en jaque a un empresario del edén
interplanetario, para poder salvar su vida y llegar a sanarse en dicho lugar.
Esta increíble distopía –pongámosle
comillas y pensemos en distópico como mero subgénero– de ciencia ficción, que
tan bien se le ha dado hasta ahora a Blomkamp, consigue ser una buena
apropiación de tradiciones estilísticas bastante añejas y por lo tanto maduras.
Por un lado Elysium se ve como un vástago cinematográfico de
la gran Metrópolis (Lang, 1927) donde encontramos a
unas únicas clase alta y clase baja, en extremos, totalmente separadas y sin
conexión alguna más que la de los medios de producción, casi una lucha de
clases en tono marxista; por otro lado nos encontramos una narrativa a la
Griffith, pensando en los recursos del montaje alternado como en El
nacimiento de una nación(1915), con varios actores que pueden influir en el
desenlace que por supuesto será “en el último minuto”.
Como toda obra memorable de la ciencia ficción, la
película de Blomkamp contiene un fuerte e interesante contenido político, y más
aún, cataliza y refleja las preocupaciones de un posible futuro que ya nos
alcanzó. Sólo hace falta visitar las locaciones en Ciudad Neza e Iztapalapa
donde se filmó, para encontrar la realidad de este universo sin ninguna
diferencia. Las crisis mundiales, y las ridículas políticas públicas de los
estados que cuidan más a las corporaciones que a sus pueblos (que tanto han
afectado a países como Grecia, y que se vuelven el futuro nada distante de
naciones como México) son la semilla de representaciones artísticas como ésta.
Elysium muestra el
resultado de una política fascista en la expresiva villana Delacourt (Jodie
Foster), tan semejante a la dama de hierro, que tras estas
mencionadas crisis, y ante el miedo de los países primermundistas que basan sus
desarrollos en el trabajo/recursos de los subdesarrollados, modifican el
carácter de la migración. De ser una simple persona ilegal (¡!) ahora son
criminales peligrosos –realidad que ya nos alcanzó–. Los terrestres pagan una
fortuna ahorrada toda su vida para poder curar sus enfermedades en el edén
espacial, que ha privatizado la salud y las comodidades, una gigantesca burbuja
de estabilidad que no reparará en destruir a cualquier agente “no virtuoso” que
rompa su cerco.
Las fronteras se han vuelto importantes y motivo de
tensión, a pesar de que siempre han sido zonas “problemáticas” en la historia
contemporánea. En el filme, esta zona fronteriza que es literalmente el aire,
es decir, una especie de concepto abstracto o en todo caso invisible, toma una
importancia vital precisamente por ese carácter. El sueño del primer mundo y la
maquila que constituye el tercer mundo no están separadas por un muro, sino por
políticas públicas, por esperanzas/desesperanzas, por estatus. Las polarizadas
clases separadas por este elemento que no se puede ver, están unidas por su
mano de obra y por la “cero tolerancia” que se practica con quien se considera
no legal, es decir, quien en pocas palabras ni siquiera aspira al título de humano.
La forma
El cineasta sudafricano, que sorprendió al mundo con
su cortometraje Alive in Joburg (2006), y tras los
fallidos intentos de llevar al cine al célebre Halo, se ha
apropiado tan bien y con creces las maneras y la narración visual del mundo del
videojuego de siglo XXI. Con una combinación de múltiples ángulos de visión,
ralentí, cámara rápida, 360°, sucesión de planos vertiginosos, close
ups, elipsis y demás, Neill Blomkamp da buena cuenta del manejo de un
estilo que aprovecha perfectamente el cine digital (la obra está realizada con
Canon EOS 5D Mark II y masterizada en 4K), y lo hace explícito en el poco
maquillaje que necesitaron las locaciones, a las que simplemente agrega
detalles futuristas: vehículos y artefactos.
También se hace patente el mundo real que se ha
volcado al “data” y que tiene toda su importancia ahí. Dado que los estados ya
no son gobernados por políticos sino por corporativos y administradores, lo que
lleva el peso del relato y un posible camino hacia el golpe de estado es
hacerse de los recursos, pero más aún, poseer la información. Un filme
registrado por completo en información, en datos, no podría tener como pretexto
y motor dramático algo mejor que la info, justo un guiño con el que ya venía
jugando, por ejemplo, David Fincher.
Salvo los minutos de melodrama que le sobran a la
película, con los personajes que tienen conexión con Max, llámese Frey (Alice
Braga) o Julio (Diego Luna), me parecen bien aterrizados tanto la construcción
del guión, que sí, pertenece a la convención de los tres actos, como los
símbolos griegos que se reinterpretan a partir de conceptos contemporáneos.
Para concluir, un elemento que no hay que dejar de
lado y que muestra la maestría en potencia que Blomkamp tiene sobre su cine, es
la dirección de actores. Desde los protagónicos hasta los antagónicos, que son
los mercenarios sudafricanos aquí interpretados por sus compatriotas Sharlto
Copley y Brandon Auret (a quienes vimos como héroe y villano respectivamente en
su revelación llamada District 9, 2009), todos los
personajes tienen una vida y un brillo sin ningún pero que ponerle. Sentimos
empatía por todos y cada uno de ellos bajo una puesta en escena que los convierte,
o casi, en personas reales fuera de pantalla, gracias a las características y
arquetipos manejados, y colocados en su punto.
Un mundo multiétnico, globalizado y excluyente, un
filme en cuatro idiomas y diferentes acentos. La ciencia ficción toma su lugar
artístico, su derecho de nacimiento como fuente de entretenimiento y regocijo
intelectual, en el cine del 2013 con Elysium. Se trata de una
película poderosa e imprescindible para comprender el curso del mundo en las
primeras décadas del siglo XXI que vivimos.
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